lunes, 24 de enero de 2011

Lottie's in da house : )


Lottie es la nueva conejita enana que compré hoy. Es blanca, y tiene unas manchas negras rodeando sus ojitos, como si llevara un antifaz o algo similar, me encanta, me encanta, me encanta *-* No estaba el conejito enano negro que quería en un principio, pero al verla solita en la enorme jaula me he dicho, es ella. Así que aquí está, haciéndome compañía incluso mientras escribo. Me inspira nuevas ideas, y eso, supongo yo, es bueno : )

domingo, 23 de enero de 2011

BOE; 1.- Yo no soy Sinatra.

Truenos. Eso era lo que hacía que de pequeña se estremeciese hasta que llegaba a parecer que tenía convulsiones o espasmos. Rayos. Hacían que sus ojos se abrieran demasiado, como si hubiera visto un fantasma, y que se iluminaran mucho, como si alguien los enfocara con una linterna. Lluvia. La lluvia jamás le haría daño. Estar bajo ella era algo mágico, la lluvia era suave, y humedecía su piel suavemente, lentamente, hasta que comenzaba a toser o a temblar, y entonces debía entrar dentro a darse un largo y reconfortante baño.

Eran ya incontables las veces que su madre le había dicho que no podía hacer eso de quedarse horas y horas bajo la lluvia, que algún día le daría una pulmonía demasiado fuerte, y que no llegarían al hospital. Ella no obedecía a eso. Como no obedecía tampoco cuando le decían que no debía tumbarse en el césped, que siempre estaba lleno de hojas secas, de humedad y de restos de comida que algunos estudiantes del internado dejaban por allí. Se tumbaba allí, y acariciaba la hierba fresca al mismo tiempo que el sol la acariciaba a ella con suavidad, erizando su piel con su calor, tornándola poco a poco de un color más amelocotonado, más moreno, pero siempre dejando ese tono blanquecino de su piel, con las mejillas bañadas en un tono rojizo, y su cara salpicada con pecas, con muchas pecas. Conseguía un tono brillante a su cabello, castaño oscuro, que ya parecía sedoso sólo con mirarlo, sin siquiera pasar los dedos entre éste. Era demasiado liso, y siempre se encrespaba demasiado cuando había mucha humedad, cosa la cual no le importaba.

No sólo eso era lo que solía hacer desde que tenía memoria; también solía sentarse en el columpio trasero al internado y balancearse allí con los ojos cerrados, o siempre mirando al cielo, y muy alto. Corría, corría todo lo que podía por los prados, bosques y caminos del lugar, corría por los pasillos, corría en las habitaciones… Leía mucho, en la Biblioteca todos la conocían, todos sonreían mientras veían como la pequeña O’Connell parecía beberse cada libro que cogía. Cuando llegaba la hora de dormir, podía oír cómo le contaban cuentos a Gwen, cómo ésta no decía nada, ni siquiera daba las gracias, y veía cómo después su madre salía del dormitorio y apagaba las luces, dejando que la oscuridad la sumiera de nuevo en su propiedad, en su mundo, el cual nunca había temido.

Pero ese día, aunque la lluvia estuviese presente, muy presente, había demasiado ruido fuera, era demasiado para ella, y había estado mucho tiempo despierta hasta que por fin el sueño la acogió entre sus brazos. Pero al cabo de unas horas, un sonido fuerte, el de  una puerta cerrándose, y luego otra, y otra, más las voces de gente que se saludaba por los pasillos, consiguió que abriera los ojos de golpe. Se quedó mirando al techo, respirando agitadamente. No era sano despertarse de repente mientras estaba teniendo una pesadilla, luego se pasaba horas con un humor de perros. Giró el rostro hacia la derecha, el lado de la cama que daba a la pared, pero no había nadie. Suspiró y se destapó de una patada y se incorporó deprisa, con lo que consiguió un pequeño mareo matutino que le hizo gruñir por lo bajo, aunque no hubiera nadie más en la oscura habitación.

Se sentó en el borde de la cama, y bajó los pies hacia el suelo, que estaba helado. Pero ella nunca se ponía calcetines para dormir, odiaba tener que hacerlo, al igual que usar pantalones. Iba a estar bien bajo las sábanas y las mantas de todas formas, ¿para qué usar calcetines  y pantalones? Se levantó y caminó hacia la ventana, donde subió la persiana poco a poco, pudiendo ver que ya había amanecido, y aunque no hiciera sol y estuviera todo mojado fuera, podía ser un buen día. Volvió a suspirar y echó su melena oscura hacia atrás con una mano, mientras con la otra rascaba la parte superior de su ombligo sobre la ropa. Entonces se fijó en que llevaba puesta una camisa de manga larga, de un azul claro, y que, evidentemente, era de chico. Entonces miró de nuevo a la cama y frunció el ceño, pudiendo ver que, no había ni rastro de que otro humano hubiese pasado allí la noche. Caminó hasta el armario y lo abrió con furia, haciendo que las puertas chocaran contra la pared al abrirse del todo. No le importaba, en ese momento debía desahogarse. La había dejado sola, y no era la primera vez.

-   Maldito idiota… - musitó, mientras sacaba del armario el uniforme del internado, que era de color gris oscuro, gris claro, y con tonos blancos en algunos pliegues o en los bolsillos. La única variación era el emblema, en el que aparecía un halcón con las alas abiertas de color rojo oscuro, igual que el color de la línea de los calcetines que iba a ponerse, y la ropa interior limpia que tenía ya lista.
Entró en el cuarto de baño del dormitorio y se cambió deprisa, lavándose la cara y peinando su lisa melena después, para salir deprisa del cuarto de baño y hacer la cama. Todo el lugar estaba ordenado; el escritorio, de madera cara, a primera vista, con muchas ornamentaciones florales, pero repleto de notas amarillas y fotos en el espejo que había frente a este, estaba ordenado. Incluso el suelo estaba todo limpio, sin rastro de suciedad. Cuando todo eso estuvo listo, salió de allí, con una mochila marrón colgada del hombro izquierdo, en la que sólo llevaba dos libros, una libreta y su estuche. Además de algunas cosas de ayuda personal, en su mayoría femeninas.

Caminó por los pasillos, sin saludar a nadie, sin devolverle los saludos a la gente que la saludaba, que era bastante. Bajó dos pisos hasta llegar al lugar en el que sabía, estaría él: la cafetería. Entró abriendo las puertas de par en par, pero sin levantar demasiadas miradas de sus platos de desayuno. La cafetería era grande, de un color blanco demasiado limpio, pero siempre con tonos rojizos, como las mesas, o los marcos de las puertas y ventanas. Divisó a un chico con el cabello castaño, no tan oscuro como el de ella, que hablaba con tres chicas, que tenían bandeja de desayuno frente a ellas, pero que preferían comérselo a él con los ojos. Era evidente que era quien estaba buscando. Las tres chicas reían mientras ella se acercaba a la mesa rápidamente, con los puños apretados a los costados de su cuerpo. Cuando llegó allí, el único que le miró fue él, que sonrió ampliamente y se encogió de hombros en un gesto que cualquiera calificaría de inocente. Miró a las chicas, ladeando levemente su rostro, parpadeando varias veces “inocentemente”, y  simulando que era un cachorrito. Ni se despidieron, simplemente se levantaron y se fueron, cogiendo con desgana sus bandejas.

- ¿No sabes despertarme? – preguntó frunciendo el ceño y mirándole con furia en los ojos. Él rió entre dientes y se echó hacia atrás todavía sentado en la silla de plástico de color gris. Llevaba ya su uniforme, con la corbata mal puesta y la camisa limpia y blanca, que contrastaba con su piel también algo blanquecina. Se giró levemente hacia la que le estaba echando el sermón y abrió los brazos.

- Vaya, parece que hoy nos hemos despertado de buen humor. – comentó, con su voz burlona de siempre, a juego con la sonrisa de bufón. Se limitó a poner los ojos en blanco, a lo que él rió de nuevo. – A mis brazos, Ophie, sé que me has echado de menos. – dijo, abriendo y cerrando las manos, aún con los brazos extendidos.

Ophelia sonrió a duras penas y relajó los músculos, acercándose hacia el castaño muchacho, dejando la mochila en el suelo junto a la mesa, y sentándose en su regazo con soltura, como si fuera algo común entre ellos dos. Y lo era.

- Eres un inútil, Evan. – dijo ella, golpeándole el hombro con el suyo propio, y mirándole con el ceño fruncido. - De no ser porque he oído a la gente despertarse, hoy no me hubiera movido de la cama. – aseguró, asintiendo con seriedad.

- Lo sé. – dijo Evan, encogiéndose de hombros y sonriendo ladinamente. – Pero tenías una carita de ángel ahí dormida… - puso morritos y parpadeó varias veces rápidamente, a lo que Ophelia sólo rió. Borró esa expresión tan extraña y se limitó a sonreír de nuevo mirando a su mejor amiga con normalidad. – Al principió pensé en encender el trasto que tienes por reproductor de música y ponértelo junto al oído para reírme un rato… - Ante esto Ophelia arqueó una ceja. - …pero después he pensado que no podía hacerte eso después de lo mal que lo pasas las noches como las de hoy. – Por eso Ophelia quería tanto a Evan, porque era un egocéntrico, era un maldito mujeriego, era un chico demasiado listo, demasiado inteligente, y demasiado él. Pero era su mejor amigo, siempre estaba ahí, y la protegía como si fuese su hermana menor.

Apoyó su cabeza sobre el hombro del muchacho y suspiró pesadamente, ante lo que Evan la rodeó con los brazos y suspiró también, pero más teatralmente, cosa que hacía reír a Ophelia casi siempre.

- ¿No piensas desayunar? – preguntó, apartándola con suavidad y mirándola, más bien escrutándola con la mirada.

- No sé. – contestó sin siquiera mirar a las cocineras, tras una barra a su izquierda. Miró de solsayo la bandeja de Evan, sin tocar apenas, y la señaló con la cabeza. - ¿Y tú? ¿Ya has desayunado? – preguntó, ahora escrutándole a él con la mirada.

- Sí, me he bebido un café. ¿Te hace uno? – preguntó, sonriendo, anticipándose a la respuesta de su compañera. – Yo te lo traigo, tú siéntate ahí y piensa en lo mucho que me quieres. – dijo, sonriendo mientras Ophelia se levantaba y se sentaba en la silla de al lado, donde antes había estado una rubia con aspecto de ser la típica reina del baile.

Pero ella no era la reina del baile, es más, en todos los bailes en los que había estado, sólo había bebido hasta no tener consciencia de lo que hacía y se había despertado en la cama de Evan, todavía vestida y sin él a su lado. Esperó hasta que vio cómo su mejor amigo volvía junto a ella y le entregaba una taza en la que podía verse el humo subir. Cómo la conocía. Sabía que adoraba el café bien caliente. Sonrió agradeciéndoselo mientras acogía la taza entre sus manos y pegaba un trago largo, quemándose la garganta, pero ni siquiera immutándose.

- Bien, sé que me has odiado durante un rato, cosa que sueles hacer, pero… ¿qué tenemos pensado para hoy? – preguntó, observando cómo Ophelia se bebía la taza de café con rapidez.

- Ni idea, lo que quieras. – contestó ella, con la boca aún dentro de la taza, provocando que sonase como un eco. Entonces terminó su café, como siempre, en un tiempo record, y suspiró. Entonces sonrió. – Había pensado que podrías acompañarme a la ciudad… necesito comprar ropa que abrigue, estamos en pleno invierno… - dijo,  poniendo morritos.

- Ya, para que luego la uses para bailar bajo la lluvia, Sinatra. – bromeó Evan, arqueando una ceja mientras sonreía. – Sabes que voy a acompañarte, pero debes saber que no pienso pagar esta vez. – dijo, intentando que sonase serio, sin éxito. Soltó una carcajada y Ophelia le sacó la lengua.

- Cállate, siempre pago yo. – comentó, acercando su puño al hombro del castaño y dejando un golpe allí, algo común. – Pero mi padre ya está hasta las narices de que desaparezca dinero que me da cuando sabe que no compro tanto.  – aclaró, cambiando su expresión a una de preocupación.

- Tu padre sabe que soy un chico pobre y necesitado, que necesita ayuda económica… - dijo, llevándose una mano a la frente teatralmente.

- Claro… - dijo Ophelia, alargando la “a” un poco, mientras reía. – El que mi padre sea el director no significa que tenga que pagar todos mis gastos. – dijo entrecerrando los ojos, con una ligera pomposidad en la frase.

- Menuda mentira más grande, Ophelia. – dijo Evan, primero sólo sonriendo, pero después soltando una carcajada alta y sonora. La susodicha le acompañó en la carcajada, pero terminó de reír e hizo un aspaviento con la mano, mirando a su mejor amigo de nuevo.

- No, en serio, debo encontrar un trabajo, no a tiempo completo, pero que pueda compaginar con las clases. No puedo hacer que papá pague todo el pato, Evan. – aclaró, esta vez con seriedad.

- Bueno, siempre puedes… ya sabes, salir al bosque por las noches con las chicas de segundo y vender tu cuerpo a la “beneficencia”. – comentó Evan, asintiendo como si fuese en serio.

- ¡Evan! – exclamó Ophelia, riendo.

- Conozco a algunas muy simpáticas… seguro que puedo presentártelas y todo, les encantará tu estilo tan… Frank. – dijo él, sonriendo. Ophelia puso los ojos en blanco –gesto que efectuaba mucho cuando estaba con Evan-, y se levantó de la silla, recogiendo su mochila.  Aguantaba las bromas del total estilo de Evan porque ya era costumbre, pero solía cansarle el rollo de que ella fuese Frank Sinatra sólo porque bailase y durmiese y muchas cosas más bajo la lluvia.

- Si no nos vamos ya llegaremos tarde a francés. – dijo, suspirando y echando a caminar por la cafetería. No oyó cómo Evan se levantaba y se acercaba, pero sí sintió un brazo de éste sobre sus hombros.

- Cierto, nuestro querido trol podría morir ahogado en su propia espuma provocada por la rabia si ve que de nuevo faltamos a su clase… - comentó, refiriéndose a su profesora, una mujer estricta y gruñona. Ophelia rió y cogió con su mano la mano que colgaba sobre su hombro izquierdo, que jamás llegaba ni a rozar su pecho, porque Evan era como era, pero tenía un respeto hacia su mejor amiga, que ésta apreciaba de todo corazón. – Imagina que decide eliminar la lluvia y sustituir los paraguas por crêpes volantes o algo así… jodería tu vida, Sinatra. – Dijo, asintiendo mientras Ophelia le daba un codazo suave en el costado. Siguieron caminando mientras reían bajo.

- Sabes que yo no soy… - comenzó Ophelia, recordando que debía decírselo, como una rutina. Pero algo la interrumpió, el que la puerta de la cafetería se abriese y dejase paso a una muchacha con el cabello castaño claro tirando a un rubio oscuro, con unos ojos azules grandes y muy maquillados, con los labios pintados también, y el uniforme algo cambiado; nada de corbata, camisa abierta ligeramente, falda más corta y tacones. Oh, aquello sí que era una reina del baile. - …Sinatra. – terminó Ophelia, que, al igual que la recién llegada, paró de caminar, aunque Evan ya lo había hecho un segundo antes. – Gwen. – dijo, simplemente, mirando a la chica que ahora les sonreía y se acercaba hacia ellos con paso decidido y demasiado pulcro y calculado.

- ¡Ophie! – saludó Gwen, que le dio dos besos en sendas mejillas, apenas sin rozar su piel. - Te estaba buscando, pero al ver que no estabas ni en la habitación de Evan ni en la tuya, bajé por aquí. – explicó, mirando a Evan aún sonriendo. Aquello era algo vomitivo, lo miraba así desde hacía meses, y Evan sólo miraba hacia Ophelia, esperando que se deshiciera de aquello.

- ¿Ah, sí? – preguntó la buscada, arqueando una ceja. Pero sacudió la cabeza levemente y sonrió. – Bueno, aquí me tienes, dime. – pidió amablemente a la rubia muchacha.

Bueno, el caso es que Matt te está esperando en la biblioteca, dice que lo que tiene que decirte es muy importante. – explicó, mirando ahora a Ophelia, la cual frunció el ceño, confundida.

- ¿Que Matt…? – se encogió de hombros y  miró a Evan, el cual formuló un “por favor” sin abrir la boca apenas. – Pues tendrá que esperar, tengo… tenemos clase de francés, así que hablaré con él después. – contestó, asintiendo. – Así que si eso hablamos más tarde, Gwen, que tengas un buen día. – se despidió con una sonrisa, y esquivando a la rubia muchacha salieron de la cafetería, cerrando las puertas tras de sí. Evan todavía rodeaba a Ophelia con un brazo, y esta caminaba apoyada en éste.
- No sé cómo la aguantas. – comentó Evan, bufando mientras recorrían el pasillo de la planta baja con rapidez hacia la puerta principal.

- Bueno, años de práctica, ya sabes. – dijo, encogiéndose de hombros.

- Ya, claro, yo también solía aguantarla, pero ya no puedo más. – contestó Evan, con voz de cansancio. – Siempre sonriendo, queriendo parecer una buena chica… es toda una zorra, te lo digo yo. – aseguró, con seriedad.

- ¡Evan! – recriminó Ophelia, mientras abría la puerta principal con su mano libre y bajaban las escaleras con rapidez, dirigiéndose hacia el edificio contiguo, en el que se encontraba la clase de francés.

- ¿Qué? – preguntó éste, sacudiendo su mano libre. – Pregúntale a Davies, o a Flint.– dijo, riendo entre dientes. – Es un monstruo, sólo te mira a los ojos cuando ha conseguido desnudarte y ya está sobre ti lista para… - dijo esto último bajando el tono de voz, y Ophelia sabía por qué.

- Recuérdame por qué te acostaste con mi hermana. – pidió, riendo.

- Te acabo de decir que es una zorra. – contestó Evan. – Y ninguna zorra se me resiste, Ophie, deberías saberlo, y más aún siendo tu hermana de quien estamos hablando. – terminó, mientras Ophelia reía porque sabía que tenía razón, y Evan abría la puerta del edificio dos, preparándose para ver la cara de su profesora-trol mientras ellos se dedicaban a dibujar garabatos en sus libretas, en lugar de atender a la clase, de atender al mundo, a lo que podía suceder. A lo que iba a suceder.

jueves, 20 de enero de 2011

BOE; Prefacio.

Aquí presento BOE, "Bomb Of Elements", una historia que comencé hace ya un tiempo, y que estaba deseando publicar en algún sitio. Estuve creando un foro de rol a partir de ideas que fueron ocurriéndoseme sobre la historia. Me pareció algo con gancho, entretenido, y no pude evitar comenzarla. Sólo tengo el prólogo, pero es bastante largo, y aunque no explique mucho sobre lo que será la historia -que aviso ahora, será larga-, es importante. En realidad lo tengo todo pensado, pero no quiero anticiparme, porque siempre puedo olvidarme de las cosas -es muy probable-, o puedo cambiarlo si quiero. Si necesito dejar algún Na "Nota de la Autora", espero no os moleste. Cualquier duda, queja, sugerencia, comentario sobre qué os parece la historia... ya sabéis, click en el botón.  

INTRODUCCIÓN




Aquella tarde de invierno llovía, pero era una lluvia silenciosa, suave y fría. Lluvia que consigue provocar escalofríos cuando una gota roza tu piel con cuidado y sin avisar. Las calles de la ciudad no se veían bien a través de la ventanilla del coche, pero podía distinguir la mayoría de los lugares por los que pasaba entre las finas gotas de lluvia pegadas al cristal, y entre las lágrimas que empañaban sus ojos.

Las tiendas estaban ya cerradas, aunque algunas estaban siéndolo en aquel momento, porque pudo ver a un hombre bajar una persiana metálica para cerrar su negocio de carpintería. Las calles estaban húmedas, había charcos en las aceras, y riachuelos finos que seguían la carretera hacia abajo. Las ventanas estaban cerradas, pero pudo ver una abierta, y había un señor en ella, fumando con una pipa. En casi todas las ventanas había luces, luces de colores que iluminaban el ambiente, que lo animaban e intentaban transmitir el calor para protegerse de aquel frío que hacía fuera, en la calle. Algunas parpadeaban, otras cambiaban de color, y otras simplemente colgaban de las ventanas, puertas y balcones. Conforme el coche iba avanzando y girando curvas, y terminando de recorrer la calle principal de la ciudad,  podía comprobar que los apartamentos medianamente altos y de diferentes colores que se caracterizaban allí, se terminaban también, para dar paso a unas casas humildes y simétricas, una hilera de más de quince casas a cada lado de la carretera, pero la mujer que iba en el coche, miraba sólo a la derecha, pues estaba sentada en ese lado.

Las luces habían cambiado ya por allí, eran más llamativas, e incluso había muñecos que representaban renos en los jardines, pequeños hombres de rojo que parecían estar subiendo por las fachadas, i algunas guirnaldas verdes en las puertas, redondas y con campanitas que colgaban de ellas. El espíritu Navideño se respiraba por aquella ciudad, pero la mujer que estaba en el coche, sentía un dolor en el pecho, que era imposible de ignorar. Tanto, que cuando vio cómo, en un jardín, un niño que no tendría más de diez años, empujaba a otro de menos de cinco, no le importó para nada. Porque sólo le importaba el bebé que llevaba en brazos, el bebé que le había costado tanto proteger, el que ahora por fin estaría a salvo.
El bebé lloraba, y la mujer lo miró, consiguiendo que al bajar la mirada hacia sus brazos, hacia el bebé, lágrimas cayeran sobre la manta que lo protegía del frío. El cabello negro de la mujer, brillante y liso, que le llegaba por los hombros, tapaba la cara de la pequeña. Con cuidado, la mujer movió la mano derecha y se limpió las lágrimas con el dorso. Llevaba unos guantes negros, al igual que su vestido, su chaqueta de piel y sus zapatos de tacón. También al igual que –ella creía-, su corazón.

Se dio cuenta de que había comenzado a nevar, porque ya no estaban en la ciudad, y se notaba por los muchos árboles que tenían alrededor, que podía distinguir entre la humedad de la limusina por el color que tenían, de un color verdoso cubierto de pequeños copos de nieve. ¿Cuánto rato habría estado observando al bebé? ¿Tanto como para que la nieve se hubiese acumulado ya? ¿Es que acaso se había dormido? ¿O es que la pequeña ya podía…? Miró a su hija de nuevo, y suspiró largamente, pero el suspiro fue quebrándose a medida que lo alargaba más. Volvió la mirada hacia el hombre que conducía aquel gran coche negro. Era un hombre con la piel olivácea, no demasiado clara. Sus ojos eran oscuros, la joven morena lo había mirado a los ojos cuando le había abierto la puerta trasera con un paraguas en la mano. El hombre miró por el espejo retrovisor que había entre los dos asientos delanteros, y asintió a la mujer, que desvió la mirada apretando la mandíbula con fuerza, porque temblaba.

El bebé abrió los ojos, y simplemente observó el techo que protegía de la lluvia, el viento y demás posibles peligros, a los que la habían expuesto hacía tan sólo días. La joven que aún ya tenía el brazo derecho de nuevo bajo la espalda de su hija, sentía un vacío a su alrededor, a partir de ese día, todo lo que hiciera sería una falta grave en su expediente, que estaría ahí por siempre, consiguiendo que la odiaran todos por eso que había tenido que hacer.

Pero no sólo ella sentía un vacío, la pequeña que sostenía en brazos, que había vuelto a abrir los ojos hacía tan sólo segundos y ahora lloraba, sentía un vacío aún más grande, sentía como si le hubieran quitado algo de dentro, como si le faltara algún órgano, algún hueso, algo vital. Pero no recordaría ese sentimiento con claridad cuando creciera, porque tendría prioridades, y tendría problemas, que no tendrían nada que ver con esa sensación, si no con la causa de ésta.

Señorita Delacroix… estamos llegando a nuestro destino. – comunicó el chofer, con un tono de voz suave, que provocó un escalofrío en la espalda de la joven al oír su apellido, sin mover ni un centímetro su cabeza, ni siquiera miró por el retrovisor cuando la joven volvió la mirada del cristal para ver si la estaba mirando. Volvió a mirar por la ventana y suspiró, consiguiendo que se empañara el cristal. La nieve ya cubría parte de la carretera, y los árboles ya tenían ese tono blanco nevado que a ella tanto le gustó una vez. Agachó levemente la cabeza y miró entre los dos sillones delanteros, pudiendo descubrir a qué destino se refería el conductor, porque ella tenía una idea de “destino” distinta a la de él.

Estaba observando un edificio grande, enorme, que no parecía tener final hacia los lados, era alto, y de una piedra oscura, un marrón claro comido de humedad y musgo por los años que había aguantado en pie. Miró a su pequeña y la acunó contra ella al sentir cómo se movía levemente. Probablemente había sentido esos latidos desbocados que producía su corazón, nervioso como toda ella. Aparcaron allí mismo, frente a la puerta del enorme Internado, que estaba cerrada. No había ningún vehículo en aquel momento por allí, y es que la joven Delacroix se había asegurado de que no hubiera apenas nadie en el edificio, y al menos durante las vacaciones de Navidad, su deseo podía verse cumplido. Temía por la vida de su hija, ña cuál tenía apenas una semana, pero ponerla a salvo era su prioridad ahora, y lo demás podía esperar. De nuevo, con el dorso de su mano, cubierta por aquel guante corto negro, limpió los restos de lágrimas con suavidad, y alisó su brillante y corta melena negra con la misma mano, colocando un mechón tras su oreja derecha.

No se había dado cuenta, pero el chofer ya se había bajado del coche, y ya  estaba frente a su puerta. No lo hizo hasta que no se oyó el ruido metálico e interior que provocó el mecanismo al abrirse. El hombre, que ahora de pie, podía observarse con atención, parecía tener unos cuarenta años, tal vez más. Llevaba un paraguas negro en la mano, y estaba abierto sobre la puerta, haciendo sombre hacia allí, aunque ya era casi de noche en aquel lugar, y las espesas nubes grises lo cubrían todo. Pero el caso, es que el hombre en cuestión, alargó los brazos con intención de coger al bebé. Y eso fue un error.

¡NO! – vociferó la joven, apartando a su pequeña de los brazos del hombre que la había llevado hasta lo  que sería, el lugar más horrible para ella desde ese mismo día. El chofer frunció el ceño, pero después lo relajó y bajó los brazos. – Puedo yo sola, gracias. – afirmó la muchacha, con una voz suave y al mismo tiempo fría como un témpano, como el ambiente que hacía allí -porque se podía ver el vaho escaparse de entre sus labios mientras hablaba-, y un acento francés marcado y elegante.  

Asomó su cabeza por la puerta, sin que la nieve rozara su piel, al estar bajo el paraguas. Al dejarse iluminar por la tenue luz que los cubría a ambos, el conductor de limusina pudo admirar una vez más las facciones finas y pálidas de la muchacha. Su nariz, perfecta, y sus labios finos y rojos, pintados con carmín. Su cabello se movía suavemente por el viento, pero era algo fácil de ignorar, tenía uno que fijarse mucho para verlo, como estaba haciendo el conductor. Sus ojos eran de un castaño oscuro muy cálido, eran grandes y las pestañas eran largas y espesas. Además de los ojos, lo único que se había pintado habían sido los labios, por lo demás, su piel estaba perfecta, de un pálido amelocotonado y sus mejillas apenas rosadas, pero por culpa del colorete que había conseguido ponerse pese a los temblores que sufría por el miedo y los nervios.

Finalmente, salió de la limusina, y, con su hija aún en brazos, se agachó de nuevo a coger el bolso que había en el asiento central de la limusina. Lo cogió con la mano libre, y como pudo y con ambas manos ocupadas, caminó fuera del alcance del chofer, sin paraguas que la protegiera, sin escolta que la siguiera ahora, pisando la nieve, sintiendo como se colaba dentro de sus zapatos. Con un par de movimientos algo bruscos con sus piernas, se los quitó y los dejó ahí, en la nieve, mientras su mandíbula temblaba por el frío, y hacían que sintiera débil de nuevo. Llegó a las escaleras que había para entrar al lugar y subió por ellas con cuidado, arrodillándose poco a poco al llegar cerca de la enorme puerta.

Las lágrimas ya cubrían sus ojos de nuevo, empañándolos, y sus manos temblaban mientras acercaban a la pequeña hacia su pecho y la abrazaban suavemente. No se fijó siquiera en si estaba dormida o no, pero sí se dio cuenta de que la despertaría su corazón salvaje, en caso de que la primera opción fuese cierta. Sollozó, y sintió la presencia del chofer unos pasos más atrás, porque oyó cómo tosía, y la nieve crujir en un sonido tenue bajo sus pies.

Mon amour… -  musitó, en apenas un susurro. – Tienes que saber lo mucho que te quiero… - aquel acento francés estaba ahí quisiera o no, y sin embargo siguió hablándole en inglés, intentando no cometer fallos. - …aunque eres muy petite y no lo entiendes, yo sé que en el fondo siempre lo sabrás… – sollozó de nuevo, y cogió al bebé en brazos, alzándola para poder besar su frente con suavidad. Aún olía a ese champú que le había prestado la niñera que la había criado en aquella mansión en la que vivían en París, aún se sentía que era un bebé. La depositó con suavidad en el frío suelo, y aunque la manta y las capas de ropa la protegerían del frío, le dio la sensación de que no estaba bien. A nadie le parecería bien abandonar a su hija. La arropó lo mejor que pudo y después buscó su bolso, el cual había soltado en la escalera. El chofer estaba a su lado, y tenía el bolso en la mano ahora.

Señorita, no quiero ser descortés, pero recuerde que tenemos prisa… - le recordó, pero no sirvió de nada, ella estaba como en un trance. Un trance que, probablemente, duraría por siempre. – ¿Señorita Delacroix? – llamó, colocando una mano en su hombro. – Señorita Delacroix, ¿está bien? – preguntó, y ella se limitó a mirarle con lágrimas cayendo por sus mejillas, y apartó la mano de su hombro con un movimiento brusco, demasiado para una chica tan elegante como lo era ella.

Llevaba algo en la mano, algo que había sacado del bolso que le había arrebatado a su acompañante de las manos. Era un sobre, un sobre blanco que parecía contener algo pesado, pues era grande. Lo colocó sobre su pequeña, y acarició la frente de ésta, para después volverla a tapar. Alguien tiró de su brazo, y ella comenzó a sollozar algo más alto, y a suplicar en francés que no la obligaran a eso, que le dolía en el alma y que era su fin. La pequeña que dormía en la puerta del internado no sabía qué ocurría, pero pronto la gente que había dentro sí lo sabría, y sería la última bomba.

El chófer arrastró a la joven Delacroix por la nieve hasta la limusina, mientras esta intentaba correr hacia su pequeña, arrepentida, cada segundo. Le repetía que se iba a constipar, que iba a pillar una pulmonía, pero la morena no hacía caso de nada, y siguió llorando dentro del coche, acurrucándose en el suelo y arañando todo lo que estuviese a su alcance. Porque aunque sabía que separar a sus dos hijos había sido lo mejor para todos, le dolía en el alma. Le dolía en el alma, en el corazón y en la mente, y le pesaría hasta el día en que su corazón dejase de latir, hasta que la bomba de elementos se desatase. 


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Na: Debo decir que a mí personalmente me gustó mucho esto xd No diré el nombre de la señorita Delacroix, no por el momento, es sorpresa (A) Sé que me he repetido mucho llamándola por su color de pelo, o su apellido, o su sexo, pero es que no podía llamarla por su nombre, lo siento D: Bien, como he dicho, comments are ♥, así que ahí tenéis la opción de comentar, querid@s. Muchas gracias por leer hasta aquí, es importante para mí : )


domingo, 16 de enero de 2011

My things, in my diary.

Después de mucho tiempo sin subir una nueva entrada, aquí viene la primera del año. He conseguido mi diario, lo compré en Carrefour. Es una libreta Oxford genial, como de un color calabaza-marrón muy suave y muy pero que muy bonito. Al menos para mí, vaya. Este fin de semana ha sido uno de esos perros pero perros, en los que no tienes ganas de nada pero a la vez sí. Este nuevo año no me dice nada, no pienso decir algo como "promete ser bueno". Prefiero prometer a jurar, pero, sinceramente, no me gusta la idea de todas formas. No sé si será un año bueno, aunque espero que al menos sea mejor que otros. No pienso quejarme del 2010 porque estuvo muy bien. El caso es que la idea de la triste vida de nuestra Charlotte Dwight está aparcada durante un tiempo, porque ahora estoy más centrada en otra, que creo, promete más. No quiero dar muchos detalles, y ya subiré el prólogo algún día de estos, que lo tengo hecho desde hace bastante. Eva se ha quedado a dormir, y hemos visto "Ten Inch Hero". Debo decir que se ha convertido en una de mis películas preferidas. Es realista, bueno, algo es. Y además la historia en sí, y las muchas que conlleva molan mucho. Y hoy por la tarde hemos visto "Splinter", una de miedo. No ha estado mal, pero mucho asco, y lo sabes, Eva. Por lo demás, no han habido muchas cosas interesantes, no sé. Estoy terminando los deberes de latín, pero el diccionario online me va como el culo, así que voy lentamente y mientras se carga, escribo. he tenido ideas para más fotos, porque he visto purpurina de mi hermana y... AHEM. Además, he hecho muchos mini-videos para hacer uno más largo y mucho mejor, como una tontería gigante, pues así. Estoy escuchando las BSO's de Harry Potter mientras intento pensar en latín. Qué chungo, ¿uh? Y eso, que me voy despidiendo, pronto volveré a escribir, encontraré tiempo, I promise. Lots of kisses : ) Comments are