Ha llegado el otoño. Parece mentira que el verano haya desparecido tan rápido. Hace frío, y siento cómo tiemblo cada vez que lo pienso. Mi piel se eriza mientras escribo, y mi mano roza suavemente la colcha de la cama, consiguiendo que sienta más frío; está helada. Al mirar por la ventana, siento ganas de darme con algo duro en la cabeza. ¿Cómo puedo pensar que hace frío, si fuera hace un sol increíble? Yo soy así, y mi casa es como es, y hace frío. Dejo de escribir por un momento, sólo para poder mirar a mi alrededor: En mi dormitorio hay luz, bastante luz. Y la ventana que hay junto a mi cama me dice que por lo menos es la hora de comer. No tengo hambre, pero de todas formas tengo que vestirme.
He estado enferma, y creo poder notarlo en el ambiente todavía; ese aire cansado, ese aire rutinario y aburrido de cuando uno está enfermo, en la cama, con veinte mantas y una madre preocupada junto a tu cama. Yo no tenía nada de eso. Mis manos rebuscan temblorosas entre la ropa de mi armario, al otro lado de la cama. No sé cómo he logrado levantarme hoy. Consigo decidirme por unos tejanos viejos y de aspecto gastado, y una camiseta cualquiera de manga larga,de color azul claro. Me pongo unas deportivas, y me peino, dejando mi cabello suelto. Cuando salgo del dormitorio, lo cierro, como por costumbre. Bajo las escaleras lentamente, con la mano en la barandilla, agarrada fuertemente. Respiro lentamente, hace ya días que no bajo esas escaleras. Al llegar abajo, entro a la cocina, y puedo ver que la mesa está puesta, y hay una mujer sentada en un lado de ésta, con un cigarro en la mano, y el ceño fruncido mientras el humo sale de entre sus labios y me mira.
- Vaya, mirad a quién tenemos aquí. - dice mi hermana, riendo mientras deja el cigarro en un cenicero de cristal en forma de "u" que hay sobre la mesa. Se acerca a mí, pero yo miro la mesa, que ya está puesta: hay dos platos, dos cubiertos, dos vasos, una cerveza, un zumo de melocotón y en ambos platos... espaguetis. Bueno, Úrsula sabe cómo animarme la mañana, sin tener hambre. - ¿Cómo te encuentras? - pregunta, mientras dirige una de sus manos a mi frente, mirando a ver si tengo algo de fiebre. - Bueno, veo que hoy estamos de mejor humor, ¿uh? - dice riendo después y sentándose de nuevo, mientras apaga el cigarro y me sigue examinando. Tiene sus razones para no fiarse de mí, claro.
- No quiero hablar de eso hoy, Úrsula. - digo, con la voz rota, secamente, mientras con el tenedor enrollo lentamente espaguetis en el metal, y veo cómo giran, como se enganchan entre ellos, cortándose entre sí. Llevo el tenedor a mi boca y saboreo la pasta a la vez que mastico con cuidado de no parecer una ansiosa sin siquiera tener hambre. Me estoy engañando: tres días sin comer otra cosa que no fuera sopa me habían debilitado.
Mi hermana simplemente me mira con una ceja alzada mientras ella enrolla su pasta en el tenedor. Luego asiente, y cuando termina de masticas, suspira, mientras yo vierto el contenido del brick de zumo en mi vaso y la miro con el ceño fruncido. Úrsula nunca puede quedarse callada, o sin comentar cualquier cosa.
- Sabes que necesitas ayuda, Charlotte, siempre te lo digo. - dejo el tenedor y frunzo más aún el ceño, mirando a mi plato, mientras cuento mentalmente hasta diez. - Necesitas a alguien que pueda ayudarte, no puedes estar toda tu vida lamentándote... Tienes diecinueve años, una vida por delante, y unos estudios. Date tiempo, puedes hacer mucho más... no puedes estar lamentándote... - pero sí puedo hacer eso, lo que pasa es que nadie logra entenderlo.
Siempre estoy lamentándome, siempre. No hay día en el que no maldiga el maldito día en el que el mundo decidió ponerse contra mí, formar una barrera entre yo y el mundo en el que una vez viví. Levanto la mirada, y veo a Úrsula, que abre la boca para decir algo, la veo como si estuviera bajo el agua, como si las lágrimas tuvieran también una barrera entre el exterior y lo más profundo de mí. Suspiro, consiguiendo que el sonido me quedara algo ahogado y tembloroso. Asiento y miro a mi hermana mayor, la que es lo único que tengo en estos momentos. - Lottie... - niego con la cabeza y camino hacia la puerta, cogiendo el abrigo del perchero al salir. Oigo cómo vuelve a llamarme, pero el bullicio de las calles de Nueva York me impiden oír con claridad lo que viene después. Probablemente sea mi apellido, Dwight. O probablemente un "abrigate", o un "no tardes mucho, Charlotte". Me siento culpable durante unos segundos. Pero son eso, segundos, y la vida es corta y no tengo tiempo para pararme a pensar en eso ahora. Además, las calles de Nueva York me llaman.
Lamentos en papel con tinta: La triste vida de Charlotte Dwight - ALICIA GINÉS.
