miércoles, 22 de junio de 2011

BOE; 2.- Estaré ahí.


El viento soplaba demasiado fuerte, y aquella noche parecía que los árboles de los alrededores pretendían caer sobre los que paseaban por allí. Todas las sombras no podían estar quietas, pues el viento las mecía con rapidez, sin parar un segundo. Parecía monótono, todo el tiempo hacia delante y hacia atrás, cual mecedora en un porche durante la época de calor. Pero para nuestro chico el viento era algo totalmente inadvertido. Su cazadora se movía, como si él se retorciese dentro de ella, cuando estaba más quieto que una roca, sólo notarías que estaba vivo gracias a los parpadeos –que no eran tantos en realidad-, y el vaho que provocaba su respiración.

El moreno siguió caminando hacia la enorme edificación, de la que veía salir algunas luces que se colaban entre los árboles, probablemente de ventanas encendidas, signos de que los alumnos del internado O’Connell aún no pensaban acostarse y descansar. Suspiró, y sonó pesado, algo normal contando con que llevaba horas de viaje, mucho camino, y aún ningún tipo de resultado. Poco a poco fue parando, hasta que, cuando podía ver ya la puerta trasera que daba a los enormes jardines entre las ramas bajas de los árboles, paró, quedándose allí unos segundos hasta que en su rostro se formó una expresión entre enfado y algo que daba a entender un “lo sabía”.

- Creía que había dejado claro que esto debía hacerlo solo. – dijo, con una voz masculina y decidida, de esas que probablemente harían que las chicas tuvieran que aferrarse a algo para mantenerse en pie.

Entonces se escuchó una risa, suave, musical y atrayente, esas que llegan a hacer sonreír, que no son pesadas, no una risa estúpida, sino algo delicada, elegante. El dueño de aquella risa saltó de uno de los árboles, y pareció flotar conforme sus pies tocaban el suelo con una suavidad felina. Caminó hasta el astuto muchacho y suspiró.

- En el fondo sabía que me descubrirías, sólo era cuestión de tiempo. – dijo, encogiéndose de hombros. – Pero da igual, porque no pensaba quedarme con Morgan y Simona, estaban cantando de nuevo y me estaban poniendo muy nervioso. Además, hace una muy buena noche, ¿no crees? – todo aquello fue muy rápido, y el chico de los cabellos negros miró a su nuevo acompañante con el ceño fruncido, a su nuevo acompañante, el cual era el contrario que él, de un cabello claro, de aspecto suave pero rebelde, que se movía al viento, y parecía flotar alrededor de su cabeza.

- Vas a conseguir que toda esa comadrería que tenemos desaparezca, Noah, solo te lo estoy avisando, pero tenlo muy claro. – contestó, consiguiendo que Noah arqueara una ceja.

- Sea como sea, no has contestado a mi pregunta, Lheon, y sé que aunque estás nervioso por estar aquí, esta noche es perfecta para ti. ¿O me equivoco? – eso era lo bueno de Noah, que era el tío más gracioso, sarcástico y bromista que podías echarte en cara, pero una vez que te conocía, sabía cómo eras de verdad, y le cogías cariño rápido por culpa de que te entendía bien y sabía comprenderte. Lheon sonrió y siguió caminando, y esta vez, Noah siguió su paso, a su lado, plantándose ambos frente a la gran valla que se alzaba ante ellos, en las lindes del bosque.

- Lo es – contestó el susodicho, asintiendo varias veces con lentitud. –. Y es crucial que volvamos a... - miró hacia la derecha, dejando de hablar de repente, y Noah siguió su mirada, saltando increíblemente alto segundos después. Algo brillaba en la mano de Lheon mientras se agazapaba, y no era precisamente un arma blanca.

Caminó hacia la derecha, cruzando sus piernas mientras lo hacía, en silencio, y pudo oír ruido entre los árboles, como un forcejeo, y quejas. Lo sorprendente era que además de ser muy familiares, eran de chica, y pudo oír como maldecían a Noah, y algún que otro golpe.

De entre la maleza, apareció el rubio muchacho, cargando algo al hombro, y con el increíble cabello lleno de ramitas pequeñas y hojas. Unas esbeltas y desnudas piernas caían sobre su pecho, y su brazo las sujetaba.

- Me parece que por más que quiera, no puedo evitarla. – puso los ojos en blanco y se giró para que Lheon viese cómo Simona cruzaba los brazos, colgando de la espalda de Noah. Con la luz de luna sumada a las luces del jardín del internado frente a ellos, Lheon pudo ver el rostro de la joven. Miraba hacia él con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, con una mirada muy poco típica en ella a no ser que estuviese enfadada o fastidiada. Pero eso no quitaba el que su mirada fuese dulce, por muy fría que quisiese hacerla parecer, que sus ojos azules hiciesen pensar al muchacho en lo frágil que parecía, y que su cabello rubio platino la hiciese parecer hermana de Noah. Las pecas que rodeaban su nariz y un poco sus mejillas hacían pensar que no tendría más de catorce, quince años. Quien no la conociese, se sorprendería.

- Sois unos desagradecidos. ¡Encima que vengo a ayudaros! – dijo, alzando los brazos. 

Noah se dio la vuelta de nuevo, dejando en segundo plano a la muchacha, y suspiró. – Estaba en uno de los árboles bajos, escuchando, supongo que esperando. - Se oyeron golpes no demasiado fuertes, y Noah se volvió de nuevo, dejando paso a una Simona que parecía más enfadada aún, que golpeaba la no demasiado grande pero musculada espalda de su portador.

- Morgan se había dormido, y yo estaba aburrida. No podía hacer más que ayudaros, esto también me incumbe a mí, ¿sabéis? – preguntó, mientras el que la tenía cogida, la soltaba con lentitud. Ella se sacudió la ropa y puso los brazos en jarras, apoyando el peso en la pierna izquierda. Llevaba unos tejanos ajustados, y una camiseta de manga larga, lisa y de color azul claro, las deportivas Nike que llevaba eran del mismo color, pero parecían irle grandes.

- Aunque no me guste el hecho de que hayas venido desobedeciendo mis órdenes… no puedo dejar que vuelvas sola. Así que simplemente actúa como debes y mantente callada, Mona. – dijo Lheon, alzando un dedo y ambas cejas, en señal de advertencia.

- Tú a mí no me mandas, Lionel Zhavré. – dijo ella, alzando un dedo también, y apartando el del muchacho, para después guiñarle un ojo. - Manda Zenon, y como aquí no está, simplemente no me molestes y sigamos con la misión, gracias. - Él no pudo más que sonreír y negar con la cabeza, para después avanzar unos pasos.

Noah. – dijo, simplemente, y éste asintió y caminó hacia Mona de nuevo, pues se había alejado un poco para observar la edificación. 

Ella saltó a sus brazos y rodeó su cuerpo con sus piernas y brazos, como una niña pequeña. Noah sonrió y la rodeó también. – Agárrate fuerte, pequeña. – le dijo, guiñándole un ojo al capitán de la misión y saltando, de repente. Diez segundos después, estaba de vuelta, y sin Simona. Lheon se agarró a su hombro y asintió, y ambos aterrizaron en los jardines segundos después, junto a Simona, que estaba esperando allí, con los brazos en jarras de nuevo. Los tres caminaron por los enormes jardines, justo cuando apagaban las luces. Siguieron su camino, desapareciendo entre la noche.




La clase de francés había sido muy aburrida, tan aburrida que Evan había terminado fingiendo ganas de vomitar para poder saltársela a la media hora, y Ophelia había tenido que acompañarle, por supuesto.
Todo el mundo en el internado O’Connell sabía que, desde que el muchacho y la hija del director se conocieron, nació entre ellos algo que nadie sabía denominar con suma certeza, pero sí sabrían decir que era algo grande, algo poderoso. Muchos atribuían el que Ophelia y Evan estuviesen todo el día juntos a que se querían, pero más que como amigos, se querían como quien quiere a una persona y está dispuesta a sacrificar su vida por la suya, a conseguir su corazón de cualquier manera.

El caso era que, aunque Evan moriría por Ophelia, y viceversa, eso no quería decir nada. Ellos sabían hasta dónde llegaba su amistad, sus límites, y si alguna vez hubo algo, o lo habrá, sólo lo sabrían decir ellos.  Cuando caminaban por los pasillos, a menudo de la mano, o con el brazo de Evan sobre los brazos de Ophelia, la gente los miraba, sin disimulo. Los miraba como quien mira a una obra de arte, o a un plato de comida caliente cuando el día es frío fuera. Eran la envidia de muchos, y todo por esa nebulosa que tenían a su alrededor, nebulosa de la casi-perfección. El oscuro cabello de la muchacha, ya admirada de por sí simplemente por ser la hija del director, ondeaba a su alrededor cuando caminaba, mientras que el del muchacho parecía brillar junto a su sonrisa burlona, mientras su brazo la rodeaba por sobre los hombros. La gente solía pensar que lo que había entre ellos era simplemente el placer de poder ser amigos, y disfrutar el uno del otro. Sí, la gente pensaba que se acostaban juntos cuando querían, pero que eran libres de que eso ocurriese con cualquiera.

Todo el mundo sabía de la fama de Evan con las chicas del internado, más del 50% habían caído a sus pies, y el otro 50, según él, o gustaban del otro sexo, o simplemente no lo merecían. Evan era un egocéntrico, que usaba el sarcasmo, la ironía y a menudo la burla para librarse de la gente, pero era guapo, inteligente, y además, simpático. El que algunas chicas no estuviesen interesadas en él, no quería decir que las demás lo estaban poco, es más, había veces en las que debía tomar medidas drásticas para apartar a sus “admiradoras” de él, y Ophelia participaba en ellas, sin discutir.

Pocas veces discutían, y si discutían a menudo, era siempre para perdonarse a la media hora como máximo, y eso era mucho. Muchas veces ocurría que ambos se planteaban el porqué de sus acciones, el por qué de que fuesen tan amigos, que tuviesen tanta confianza. Ophelia solía preguntarle cosas  a Evan cuando eran pequeños, cosas que consiguieron que al menos, entendieran un poco más sus vidas y su amistad.

“Estaban en el muelle, el muelle que había en el lago tras el internado. Sentados allí, balanceaban las piernas, un niño y una niña, de unos ocho, nueve años.
                - Evan, si algún día mi padre te adoptara, ¿seguirías queriéndome? – preguntó la muchacha, cuyo cabello oscuro llegaba sobre sus hombros, y su flequillo llegaba sobre sus cejas. Sus ojos verdes azulados, brillaban buscando la mirada de su acompañante, el cual no correspondía al gesto y eso la impacientaba.
                - ¿Cómo sabes que te quiero? – preguntó él, mientras miraba hacia el cielo nocturno y fruncía el ceño.
                - No lo sé. – respondió, dejando de buscar su mirada. Tal vez el hecho de que se convirtiese en su hermano conseguía que dejase de ser su mejor amigo, ergo, que dejase de quererla, de estar con ella.
                - Yo no voy a ser tu hermano, tu padre jamás me adoptaría. – dijo él, sin mirarla aún, pese a que lo que decía merecía una mirada al menos. Eran pequeños, él no quería sentirse mayor hablando de esas cosas.
Ophelia no respondió, simplemente miró al muchacho de cabello rubio oscuro junto a ella, que había dejado de balancear las piernas en el borde del muelle, y ahora miraba la oscura laguna. Se levantó y se dirigió hacia el camino que la llevaría al internado en dos minutos a lo sumo, cuando una mano la retuvo y la situó delante del camino. Caminó lentamente hacia los jardines del internado, con Evan caminando tras ella.   
                -  Jamás seré tu hermano, Ophie. Pero siempre te querré, y siempre estaré ahí. – Dijo él, en voz tenue pero audible.
La pequeña se giró, sus ojos brillantes de emoción. Todavía no la miraba, y Ophelia bajó la mirada, mientras sonreía levemente. Él miraba el suelo que pisaba conforme sus pasos llegaban a su destino, así que no vio cómo Ophelia se paró en el camino. Cuando pasaba por su lado aún mirando al suelo, ella le cogió de la mano e hizo que parase. Y entonces sí la miró, y vio sus ojos brillantes; y sonrió, una sonrisa ladeada y burlona, de niño travieso. Ophie rió bajó, mirando de nuevo al suelo, y siguió caminando, con Evan de la mano, hacia el internado, después de otra de sus muchas escapadas nocturnas.”

Fueron a la enfermería simplemente para que luego no dijesen nada sobre que se habían saltado la clase, y después de un fingido malestar por parte de Evan, y una cara de preocupación de la hija del director, la enfermera firmó el justificante, sintiendo pena por la “parejita”. El claustro de profesores y el personal sabía que la relación entre aquellos dos era tal que el director mataría a quien intentase herir a cualquiera de los dos. Si herías a Evan, herías a Ophelia, si herías a Ophelia, herías a Evan. Eso no era bueno.

Lo bueno de los jueves, es que sólo hay una clase, y es de francés, el resto del día es para practicar deporte y estudiar, ya que se acercan los exámenes de invierno. Lo malo, es que la clase de francés dura dos horas, y que el deporte o el estudio no es voluntario. Así que iban de camino a las habitaciones, donde podrían descansar hasta que la hora y media que quedaba de clase de francés terminase y pudiesen irse a “estudiar” a la biblioteca. Quizás el que cooperasen en todo  era también la causa de que fuesen bien en los estudios, por eso no estudiaban demasiado.

No estaba lejos, y por eso no iban con prisa. El edificio en el que se encontraban las clases de francés, lengua y literatura, teatro y música –el dos-, estaba frente al edificio tres, el cual guardaba en su interior los sagrados dormitorios femeninos. En los cuales Evan dormía a menudo. Pero además guardaba la cafetería, la cual era perfecta para un café matutino. En realidad era así porque simplemente no había más cafeterías por allí, así que era eso o nada. Ambos caminaron hacia allí, y durante el camino, apenas hablaron, simplemente pensaban en sus cosas, mientras los que pasaban por allí, cómo no, los miraba, o quizás pensaba en ellos, pero sin mirarlos, o simplemente… no les importaba nada de sus vidas, cosa que ellos agradecían profundamente.

De repente Evan cogió la mano de Ophelia, y la atrajo hacia él, y en un movimiento rápido, la situó entre la pared y su cuerpo, y la muchacha supo qué estaba ocurriendo. Ellos lo llamaban maniobra evasiva, y lo habían tenido que hacer tantas veces, que la señal que Evan había hecho al tirar de ella contra la pared, había sido suficiente para que Ophelia riese tontamente y cuando los labios de él aprisionaron los de ella, correspondiese.

Unas chicas pasaron tras ellos, que estaban apoyados contra la pared el pasillo interior que rodeaba el claustro del jardín, y una de ellos los miró mientras seguían a lo suyo.


La mirada parecía destilar veneno, pero como ninguno de los dos lo vio, lo ignoraron por completo. Evan pensaba en que a menudo se odiaba a sí mismo por hacer que la gente pensase que había algo entre ellos, algo que llamaban sucio, cuando era de lo más normal. Eh, no era culpa suya que todas le siguieran. Bueno, sí, pero él no lo admitiría. Ophelia pensaba en que cuando la muchacha a la que habían evitado de aquella manera tan "especial" la mirara por la institución, le quemaría la piel del ardor de su mirada. 


Aquella chica era Melanie Yorn, una muchacha de cuarto curso que había estado enamorada de Evan desde que llegó al internado. Durante la fiesta de final de curso del año anterior, había intentado tontear con él, y tras varias cervezas Evan se dejó, de manera que se enrollaron, y Mel lo consideró algo importante, y comenzó a llamarle, y a enviarle cartas comprometidas. Evan habló con ella y le dijo que lo sentía pero que no quería nada con ella, que ni tan siquiera le gustaba. Ella no se lo tomó bien, y le dijo que no le creía, y desde entonces, la maniobra evasiva era primordial.

Ophelia tenía los ojos cerrados, al igual que su mejor amigo, que tenía una mano en el cabello de ella, mientras ella apoyaba las suyas en su pecho. Sus labios seguían moviéndose con parsimonia y lentitud, pero apasionadamente, pese a que las chicas ya habían pasado de largo y habían entrado al edificio dos. Poco a poco, Evan se alejó de Ophelia, que respiraba agitadamente pero con cierta lentitud, y la mano que hacía unos segundos se revolvía entre su pelo, viajó hasta su hombro derecho, y se quedó allí.

                - Ophie. – llamó él, con calma, pues ella aún tenía los ojos cerrados. Los abrió con unos parpadeos lentos y sonrió, relamiéndose el labio inferior sin poder evitarlo. Le gustaba besar a Evan. No como le gustaría besar a un chico si lo que sintiese por él fuese algo más que amistad, sino como si tuviese que  sentirse cómoda. Evan besaba muy bien, y si ella besaba muy bien, eso no se lo había dicho nunca. – Creo que el hecho de que te guste besarme no significa… - pero no le dejó terminar, porque de nuevo le besó, rápida y castamente. Evan había cerrado los ojos por inercia, pero los abrió cuando sintió cómo Ophelia se escurría de la prisión entre su cuerpo y la pared y caminaba hacia las puertas de entrada del edificio tres. Ella se paró y estiró su mano hacia él, de espaldas, y él la tomó, caminando hacia el edificio, como si no hubiese pasado nada.

1 comentario:

  1. A ver empecemos MONA (L) amo a Mona "ya tú sabes" es mi puta Mona, soy yo es es es Mona tía es Mona, y Noah (L) sabes que amo el nombre de Noah lo sabes, el apellido Zhavré me ha matado porque bueno me he acordado de las primas de Ophelia y de Lizzy y bueno ya sabes lo que pienso de Ophelia y Evan que son dos amores. Sabes que amo esta historia porque me recuerda a nosotras y a nuestros roles alocados y porque Mona es tan mi personaje como siempre es un puto amor con sus pequitas y todo y su melena rubia y y y aaaaah *_* es que no sé que decirte. Que amo como escribes y DEBES continuar la historia porque quiero saber lo que se traen entre manos. Te quiero y sabes que te mataré (L)

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